Nací prematura en Enero del 75 en Madrid. Mi papá solía decir que estuve
tan enferma y di tanta guerra durante mi primer año de vida que ni Franco pudo
soportarlo y nunca vio el 76. Lo decía con una sonrisa pícara en la cara el
hombre que fue y sigue siendo mi mayor referente en la vida a pesar de haberle
perdido cuando yo contaba apenas veintiún años.
Tuve una infancia dura, trabajando en el negocio familiar desde los
nueve años y viviendo muy de cerca la enfermedad de mi padre. No quería ir a la
Universidad y mis padres no deseaban tener una hija que estudiara lo que
entonces se llamaba formación profesional. Recuerdo el primer día del
Instituto; mi papá me llevó hasta la puerta y me dijo: “Estudias la secundaria
y luego haces lo que quieras”. Seguramente por eso no dudé en irme a Holanda a
los diecinueve años a trabajar después de terminar y seguir con las matemáticas
suspendidas. En principio iba a ser un verano trabajando en el extranjero para
practicar mis idiomas. Mis progenitores habían considerado imprescindibles eso
de aprender otras lenguas y a los cinco años estaba aprendiendo inglés.
La vida me puso por delante un muchacho holandés aquel verano del 94 del
que me enamoré y que al final de mi estadía me hizo una simple pregunta: ¿Te
gustaría viajar conmigo? Él tenía planes de trabajar en diferentes países y
recorrer mundo y yo no dude ni un instante.
Nos casamos por el juzgado en Madrid, en Junio del 95, más que nada para
dejar a mi familia contenta ya que a los dos días de casarnos me trasladé a
vivir a Bélgica donde permanecimos cinco años. En aquella época lo de irse a
vivir juntos no estaba muy bien visto y ya que mis padres iban a perder a una
hija más valía que la perdieran en buenas condiciones. El juez no consideró
necesario utilizar a la traductora jurada que la ley me había exigido para la
ceremonia y aún a día de hoy tenemos una broma en la familia sobre si de verdad
estaremos casados. Mi pobre marido no hablaba nada de castellano y fue causa de
risa en la sala del juzgado el escucharle responder: “Si, quiero” cuando el
juez se le quedó mirando tras preguntarle si me aceptaba en matrimonio.
Amberes vio nacer nuestro primer hijo, Buenos Aires el segundo. Allá
caminamos sobre el Perito Moreno, conocimos Ushuaia y sus montes y salimos
corriendo del país en Enero del 2002. Nos instalamos brevemente en Alicante
para a los dos años viajar a Santo Domingo, en la República Dominicana, donde
nos enamoramos para siempre de sus playas. Madrid, mi ciudad natal, nos recibió
con alegría cuando decidimos regresar a ella. Compramos casa y pensábamos que
ya no nos moveríamos más pero en Enero del 2010 pasó por delante una oferta de
esas que no se pueden rechazar y Londres se convirtió de la noche a la mañana
en nuestro nuevo hogar. Después de todo qué mejor lugar para que nuestros hijos
aprendieran el inglés que aquí.
He trabajado de muchas y muy diferentes cosas, pero sobre todo he vivido
intensamente cada segundo. Nuestras mudanzas siempre fueron condicionadas por
los traslados laborales de mi marido pero a mí nunca me importó. Lo que no
hemos visto por su trabajo lo hemos visto en los viajes que hemos hecho durante
nuestras vacaciones. Hoy trabajo gracias a mi conocimiento del idioma holandés,
que estudié en Bélgica, para una empresa de software en su departamento
financiero.
No me quejo de la vida que he tenido hasta ahora y espero que la que
viene sea igual o mejor. En unos días volveré a nacer. El 10 de Abril del 2013
no será un día cualquiera, ese día mi marido me hará el mayor regalo hasta
ahora, me dará su riñón izquierdo. Según los médicos soy afortunada, pues no he
tenido que conocer la diálisis, como hicieron mi papá y mi abuela o mi tía que
aún está en ella. La insuficiencia renal y yo fuimos presentadas la una a la
otra cuando yo tenía dieciséis años y nunca se ha ido muy lejos.
Ahora que la vida me obliga a dejar de trabajar, cuidarme más, al menos
temporalmente, y me va a regalar tiempo libre veremos si soy capaz de hacer
algo más que juntar letras como hasta ahora. Después de todo mi sueño secreto
siempre fue ser escritora.
Eva Palomeque