Mi historia es de
lo más común. Y no pensaba contarla, precisamente por carecer de interés.
Leyendo las vuestras me doy cuenta de que lo normal para mí, y para cada uno de
nosotros, no es lo mismo. Por ello, lo voy a intentar.
Nací en un barrio
obrero de inmigrantes en el año 1968, cerca de unas vías de tren donde había
chicos malos que se jugaban la vida cruzando cuando el tren se acercaba,
poniendo monedas en la vía o aguantando la respiración hasta el borde de la
asfixia. Pero esos eran los chicos malos. Yo era una buena chica que iba a misa
todos los domingos y a quien no dejaban casi salir a la calle. De más
mayorcita, alguna vez me escapaba, y me sentaba en el rellano con otros niños
del bloque o en la parte de atrás y jugábamos a béisbol hasta que se colaba la
pelota en algún balcón. No tuve muñecas, ni patines, ni bicicleta y heredaba la
ropa de mis primas. Veraneaba cada año en un pueblecito de Soria que no sale en
algunos mapas. Viajábamos en un Seat 127 amarillo cargado a rebosar.
En aquella época
mis amigos eran los libros. Mi madre, cada tarde al salir del cole, nos traía
un bocadillo con mucho pan y dos onzas de chocolate y nos llevaba a la
biblioteca. Allí hacía los deberes deprisa y leía cómics, las aventuras de Tintín
y la revista Cavall Fort con la que aprendí catalán. Leía y leía. Lástima que
nadie me aconsejara en aquélla época qué leer...
Empecé a escribir
historias románticas en mi época de instituto. Suerte que enseguida me dí
cuenta de la nula calidad literaria que tenían. Así que lo abandoné. Pero seguí
leyendo. Leía en francés, en inglés a la vez que estudiaba idiomas. Eso me
suponía un gran esfuerzo. Tuve que dejarlo durante un tiempo ya que perdí el
placer de la lectura.
Me matriculé de
Filología románica el año en que hubo huelgas en la universidad. Lo lógico
hubiera sido, teniendo un padre que luchó por tener una escuela pública en el
barrio, que me hubiera unido a esas protestas, pero, supongo que era demasiado
joven, en casa solo entraba el sueldo de mi padre y de tres hermanos yo era la
mayor... Encontré trabajo y me propuse sacar la carrera trabajando. No pude.
Ahorré y fui un verano a Münster a estudiar alemán. Algo impensable en mi
entorno familiar. Aprovechando que estaba en Alemania quise visitar Berlín y me
puse de acuerdo con un estudiante y unos amigos para ir en su coche. Mientras
buscaba alojamiento unas chicas se colaron y me quedé sin vehículo así que me
fui a una casa de alquiler, alquilé uno y fuimos todos. Aquél chico me dijo
algo que no olvidaré: eres capaz de conseguir todo lo que te propongas. Seguí
estudiando idiomas y me formé en comercio exterior y no me arrepiento de ello.
Entré como telefonista y salí como export assistant. Recuerdo el día que mi
jefe me presentó a su mujer con estas palabras: es una persona que se ha hecho
a sí misma. Me casé y tengo una hija adolescente. Dejé esa empresa tras once
años para progresar y estuve en otra tres años más. Luego caí en el paro.
Ocurrió hace
nueve años, solo fueron tres meses pero no podía estarme quieta. Siempre he
tenido una gran necesidad de aprender y escribir era una asignatura pendiente.
Encontré en mi ciudad un primer taller de iniciación a la escritura y me apunté
con los ojos cerrados. Allí conocí a una gran maestra y amiga con quien sigo
aprendiendo en reuniones mensuales. Junto con otros alumnos creamos una
asociación literaria sin ánimo de lucro: Un munt de mots que cada año
crece y en la que participo activamente. Aunque la lengua vehicular es mayoritariamente
el catalán, cada uno escribe en su lengua y se expresa como le es más fácil.
Gracias a ese curso supe que SE PUEDE APRENDER A ESCRIBIR y en ello estoy desde
entonces.
No sé cómo dí con
el Taller 05, supongo que buscando en internet la forma de aprender más. Luego
entré en Extravaganzia y en otro taller presencial. No llego a todas partes
pero no dejo nada.
En los talleres
he aprendido a recibir críticas. Creo que esto es lo primero que se debe
aprender. Separarnos del texto y ser conscientes de que los comentarios van
dirigidos al texto, no al autor. Un mismo autor puede escribir un buen texto o
un mal texto o un texto mediocre o mejorable. Pero hay que estar abiertos a
recibir todo tipo de comentarios.
Leyendo los
comentarios de los demás también he aprendido a hacer críticas. Aquello que una
vez me criticaron lo reconozco en otro texto y lo comparto. También, debo
reconocer, soy una persona muy perfeccionista, por ello veo los fallos o lo
mejorable antes que lo bueno. Siempre es más fácil verlo en otro texto que en
uno propio. Mis propios errores no soy capaz de verlos. Por eso necesito
vuestros ojos que me los muestren.
Montse Villares