A lo mejor me apresuro y
la propuesta de lo biográfico es para un próximo ejercicio. Pero discúlpenme:
me motivó la propuesta, escribí de un tirón y sentí que debía colgarlo.
Soy argentino. Y
colocando la lupa en el mapa, soy cordobés. Provincia mediterránea, condición
por la cual tomó el nombre una Fundación que nos deparó un ministro de economía
quien estuvo a punto de disgregarnos como nación. Dentro de esa provincia,
focalizamos en el sur y ahí está mi lugar en el mundo, mi ser riocuartense,
ciudad autosegregada, autoseparatista, que no queremos ser cordobeses. Tierra
de Ranqueles, asiento de los fortines desde donde nuestros bravíos soldados
emprendieron la Conquista del Desierto y acabaron con los pueblos originarios.
Nuestra plaza central lleva el nombre del conquistador Roca, símbolo de la oligarquía
vernácula. Este es el corazón de la pampa gringa, bunker de la patria sojera,
asiento de la Sociedad Rural. Ciudad que, a pesar de todo, va recuperando su
memoria.
Aquí nací, con tres
cuartas partes de sangre español a; el cuarto de italiana se adjudicó el
apellido. Aquí crecí. Me hice mayor de edad en la Córdoba del 69 tomando la
calle desde una pensión compartida con Pelo, el esposo de Mirta, la de
Diamante. La figura de Agustín Tosco se confundía con Bob Dylan. Los Beatles
con el Che, ya mítico. Fue ahí cuando me atropelló la historia y quedé envuelto
en sus marasmos hasta hoy, abrazado al sueño de la Patria Grande
Latinoamericana de Bolivar y San Martín.
Aprendí el valor de la
palabra escrita en la cárcel. Ahí descubrí la metáfora. La palabra debía
sortear ojos inquisidores para trasponer los muros. Y desde entonces, ando
enredado en libros y borroneos.
Luego vinieron hijos,
media docena; nietos, ya perdí la cuenta. Adentrado en los sesenta, conservo
intactos los sueños setentistas, por la memoria, la verdad y la justicia;
convivo con la literatura, mi pan cotidiano; soy cerocinco desde el siglo
pasado, con Mejuto, Carlos, Carles, Merche, Daniel, Pilar, el profe Eduardo,
Tere… cuántos, cuántos amigos virtuales. Los leo siempre, aprendo siempre, a veces
comento, de vez en cuando cuelgo un texto; y juego al fútbol inexorablemente,
todos los sábados. Sobreviví con la serigrafía. Ahora en el jubileo, con una
familia extendida , cultivando amigos, enamorado de mi casa en las serranías de
Achiras, tratando de honrar la vida.
Rubén