Yo soy de aquí, de la América del Sur. Esa, indómita región que causó
desvelos y codicias; esa, que rapiñaron en nombre de la religión y de la
civilización. Esa, que guarda en sus entrañas el futuro del planeta.
Un paraíso de frío y montañas oyó mi llanto al nacer, y subí como las
aves en busca del calor, para empollar en Diamante, entre barrancas, verdes y
río.
Las historias de mi madre marcaron mis ganas de crear, y las historias
fueron naciendo aún sin saber escribir, porque el regazo es sin duda el
mejor lugar para escuchar y contar.
Me eduqué entre milicos y monjas, porque mi padre fue militar, pero soy
americana, dije, y salvaje, tal vez por eso las reglas nunca pudieron atarme.
Crecí encerrada en las fantasías de los libros de cuentos; supe de un
príncipe de ojos azules que a los 13 me robó el primer beso, bailé folclore,
fui reina de carnavales, aprendí a tirar al blanco, sentí la emoción de los
aplausos subida a un escenario y hasta soñé con ser doctora en África
cuando ocupaba las tardes entreteniendo a niños con tuberculosis en el hospital
de un pueblito de Corrientes, tierra sin verdes, ni río, ni montaña, pero
adornada con un gente hermosa.
Conocí a mi compañero el amigo de Rubén, en Diamante. Entonces supe que
afuera de los libros, y de las monjas y los cuarteles, había otro mundo que no
pertenecía a los cuentos, que era real, que estaba oprimido y buscaba ayuda. Y
fui.
La vida me dio cuatro hijos y también nietos. Y fui feliz educando, y
soy feliz con los frutos.
En el dos mil siete ingresé entre los cerocinco, conocí entonces sobre
formas y estructuras (creo sinceramente haber crecido bastante). En este taller
vivo hoy una experiencia sadomasoquista, donde escribo y espero los latigazos
de Pedro, de Ignacio y de tantos que conocen el arte de escribir, y aunque los
golpes dejan marcas, y los años también, sigo siendo yo: soñadora de
imposibles, apasionada, rebelde, salvaje y americana.
Mirta Leis